Ópera basada en el relato homónimo de Dostoievski
Música de Carlos Fontcuberta
Libreto de Alejandro Fontcuberta y Carlos Fontcuberta
El amor no correspondido, la soledad y la adopción de una actitud soñadora ante la vida son algunos de los elementos que configuran la temática de la novela Noches blancas, una de las primeras escritas por Dostoievski. El relato se desarrolla en torno a una serie de encuentros nocturnos entre un hombre y una mujer que se conocen y se dan cita en las calles de San Petersburgo durante las noches de solsticio de verano. Son las denominadas noches blancas, aquéllas en las que la oscuridad no llega a darse por completo. El personaje masculino es un hombre introvertido y solitario que en uno de sus habituales paseos por la ciudad conoce y se enamora de Nástenka, joven muchacha que llora por la espera infructuosa del hombre al que ella ama.
En la ópera, la acción se traslada a una época y lugar indeterminados. Todo transcurre en una ciudad con puentes, canales y viejos edificios; quizá una San Petersburgo imaginada, soñada, o bien cualquier otra ciudad, invisible o real, en la que el espectador podría tal vez ver proyectados sus anhelos y sueños. Al igual que en la novela, la acción se desarrolla en cuatro noches, que dan lugar a cuatro escenas enlazadas por breves interludios.
Como en Le notti bianche, adaptación cinematográfica de la novela realizada por Visconti en 1957, en el libreto los personajes ven notablemente atenuados algunos rasgos que hoy día resultarían un tanto anacrónicos, especialmente en todo lo que de amanerado y exageradamente tímido hay originalmente en el personaje masculino de la historia. Sin embargo, éste conserva con toda plenitud su actitud soñadora, que parece hacerle llevar una existencia al margen de lo corriente. Ello permite poner el acento en nociones como la sublimación y representación simbólica de las pulsiones, o la proyección de los deseos en la percepción de las cosas. Las ensoñaciones del protagonista son reescritas con total libertad en el Aria del Soñador (Noche segunda), lo que da lugar a un texto nuevo por completo, rico en imágenes y referencias. Natalia, personaje derivado de la Nástenka dostoievskiana —y también de la Natalia de Visconti— representa no sólo la materialización de los anhelos del Soñador, sino que a la vez actúa de contrapunto mundano, aunque en absoluto exento de conflictos, a la manera en que aquél se relaciona con el mundo. Sin embargo, las historias de ambos se cruzan, y ello permite ver que también hay elementos en común entre ellas.
La atmósfera que envuelve la acción, con los matices lumínicos de unos anocheceres paradójicamente resplandecientes, adquiere protagonismo desde el inicio de la ópera con el Aria del anochecer, y se ve reflejada en las calidades sonoras de toda la música de la ópera. Las técnicas instrumentales no convencionales transforman radicalmente el sonido característico de la orquesta, que se vuelve por momentos inusitadamente incorpóreo y transparente, plagado de tenues destellos, y que ofrece rincones sonoros que invitan a acercar el oído para escuchar mejor en la penumbra acústica. Y si por algunos momentos aflora a la superficie su sonido más corpóreo e incluso convencional, otras veces sumergido en un mar de armónicos, sonidos eólicos, sordinas, flautati y spazzolati, lo hará trayendo consigo, como adheridos, nuevos significados.
El canto llega a poseer un marcado lirismo en algunos momentos, como sucede por ejemplo en la Historia de Natalia, y acompañado del característico ropaje orquestal llega a producir una combinación singular de vanguardia y ecos de la tradición operística. De hecho, pocas historias podían ofrecer tantas situaciones escénicas que hicieran pensar en pasajes de otras óperas como ésta que nos ocupa. No sólo la alusión, ya explícita en la novela, al Barbero de Sevilla, sino que otros momentos de la trama podrían también traer a la mente títulos como La Bohème, Tristán e Isolda o Pelléas et Mélisande, por citar algunos. Algunas de estas conexiones afloran discretamente en la música, pero integradas de tal modo en el entramado armónico y tímbrico que fácilmente podrían pasar desapercibidas.
Tradición y modernidad conviven pues aquí de un modo análogo a cómo el Soñador se nos presenta hoy aquí rodeado de puentes y edificios viejos. Confrontada también al paso del tiempo, la historia de Dostoievski deja atrás en esta ópera algunas cosas de aquel carácter de novela sentimental, pero conserva y ve latir con intensidad todo lo que en ella había de universal e intemporal.
(Carlos Fontcuberta)