Liebestod

Barcarola para orquesta

 

La relación de Wagner con la ciudad de Venecia constituye el trasfondo poético de esta barcarola para orquesta que toma el título de la famosa aria final de Tristán e Isolda, conocida como Liebestod (Muerte de amor). Parte de la ópera —fundamentalmente el acto segundo— fue compuesta por Wagner entre 1858 y 1859 en Venecia, ciudad en la que volvería a residir en 1882 y donde habría de sorprenderle la muerte pocos meses después de su llegada.

Contra lo que quizá pudiera esperarse, en esta especie de homenaje a Wagner apenas se encuentran restos de la escritura romántica wagneriana, si bien las citas a su música son abundantes. Integradas en un lenguaje plagado de técnicas instrumentales no convencionales que tiende a maridar armonía y timbre, las referencias quedan sutilmente diluidas en un cierto perfume wagneriano presente en los genes del material armónico de la obra. Todo en ella queda además transfigurado o desfigurado de un modo u otro, desde la melodía de corno inglés del acto tercero de Tristán —que le fue inspirada a Wagner por el canto de los gondoleros— hasta los acordes iniciales de la Muerte de Amor. Estos últimos aparecerán aquí encadenados en un ascenso perpetuo que transfigura también el cromatismo wagneriano al convertirlo en portamento, transformando así el total cromático en un continuo de alturas en el que aquellos acordes no resultarán ya fácilmente reconocibles. El pasaje llevará la obra a su clímax y tras él, la acusada direccionalidad de toda la obra (agógica, dinámica y armónica) dará paso al estatismo.

Toda la obra puede percibirse como un trayecto que, desde un punto de vista estrictamente musical, comienza con una textura algo caótica marcada por un ligero balanceo e infinitud de detalles, y finaliza con una oleada sonora uniforme que se repite siempre idéntica. Un trayecto sonoro que, aun en ausencia de un programa extramusical, fácilmente adopta un sentido alegórico: trayecto de lo siempre cambiante a lo eterno e inmutable, de la pluralidad de lo fenoménico a la unicidad de la voluntad, de los canales de Venecia al mar. Durante este trayecto, la participación de varios instrumentos situados a los lados del público dota de relieve espacial a algunos elementos sonoros, que unas veces envuelven al oyente, y otras se bifurcan en ecos diversos. Este relieve espacial no podía ser más pertinente aquí, dado que la propia fisonomía de Venecia enfatiza el espacio de un modo singular, como también lo hicieron musicalmente sus más eminentes compositores, desde los Gabrieli a Luigi Nono.

(Carlos Fontcuberta)